09 abril 2014

The Art of Killing de Joshua Oppenheimer



Alguien me dijo, "míralo que te gustará", pero también me dijo, "… aunque, espera a salir de Indonesia para verlo". Así que unos meses después en otra parte del mundo, conseguí una copia y me dispuse a ver la parte oscura del paraíso que había visitado.

No me engaño, yo solo he conocido una parte de Indonesia, y aunque en el colectivo imaginario humano, Bali es uno de los mejores lugares del planeta para disfrutar del sol, lo cierto es que la polución inherente de miles de motos y la suciedad que llega a través del mar desde Java no son solo  leves inconvenientes, si no síntomas de un mal mayor. Sigue siendo un lugar especial, y es aún más especial por poseer e intentar conservar una identidad marcada que en gran medida parece apartada de la historia convulsa del resto de las islas. Desconozco el impacto que la guerra civil, el genocidio, en la que hombres como Anwar Congo, de los que hubo en su momento muchísimos, tuvo en esta isla compartida por balineses esencialmente amables, con ganas de compartir su mundo y su cultura y que te llaman boss (y no dudo del tono de mofa de mas de uno) y guiris que se han instalado o que han convertido algunas de sus playas en un Salou australiano.

Por que la historia de las grandes islas, de Sumatra y Java es famosa por lo conflictiva, sin olvidar lo que están ahora haciendo en Papua o los conflictos con Timor Oriental. Joshua Oppenhaimer descubrió, investigando la historia de los sindicatos en Indonesia, como entre los años 1965-66, el gobierno se apoyó en asesinos como los que aparecen en este documental para eliminar y "limpiar" el país de supuestos comunistas, miembros de sindicatos y chinos étnicos, para que Suharto al final accediera al poder. Un millón de personas desaparecieron en manos de asesinos o organizaciones paramilitares. En la actualidad, socialmente puede que se haya conseguido una estabilidad, una especie de olvido que viene de saber lo ocurrido pero no hablar nunca de ello, la diversidad es algo que parece en muchos casos ser temida. Cómo aún son temidos estos hombres que no se ocultan de todos los crímenes que cometieron, a los que se obedece y a los que parece que se respeta.

Es este un documental nacido entonces de limitaciones, no de justificaciones, estadísticas, o testimonios; en una sociedad donde estos gángsters (existe un motivo por el que uso esta palabra) aún mandan, ninguna de las familias que sufrieron en sus manos, familiares desaparecidos, ejecutados, tirados en un río o una carretera, se atreven a hablar. Así que lo que han hecho es darles la voz a los asesinos, a hombres como el que he mencionado antes, Anwar Congo, con fama de haber ejecutado más de 1000 personas y que en apariencia parece un tipo feliz o Herman Koto, que incluso intenta presentarse como candidato a gobernador de la ciudad del Norte de Sumatra donde viven.

La narrativa toma entonces un tono inesperado, de la obsesión de Congo y Koto por el cine de Hollywood surge la idea de darles los medios para que recreen y expliquen aquellos años; si la historia la escriben los vencedores, veamos com la escriben los asesinos, no la máquina propagandística política que se aprovecha de sus acciones. Y aquí es cuando se pone interesante, ¿puede una persona ser la misma después de haber asesinado a tanta gente?

En la Grecia clásica el teatro era un elemento social de conciencia, los espectadores tenían que salir con la lección aprendida y los sentidos alerta ante la debilidad y las faltas humanas. El método sigue siendo útil, aunque en este caso no tanto por buscar una catársis (en muchas de las reseñas del documental encontraréis como no nos ofrece nada similar), si no por la narrativa que todos ellos construyen mientras recrean esas escenas, una narrativa de millones de barreras psicológicas, negaciones, justificaciones, separación emocional. Pues la última escena de Anwar en el tejado no es una catársis, es parte de una narrativa, la de la personalidad de Anwar, no por ello menos cierta, no por ello satisfactoria para la persona que mira.

Y aún así, aún esta falta de satisfacción, de catársis, de ver como todo se queda en nada, nadie es llevado ante la justicia, la lección, aún cuando no se muy bien cual ha sido, es probable que me la esté aprendiendo. Y quizás es un poco de esperanza.







Errol Morris, uno de los productores ejecutivos del documental, escribió un ensayo acerca de las consecuencias de como la política "olvidó" este genocidio para The Slate, que recomiendo si podéis leer en inglés.

The Collider entrevista a Oppnehaimer sobre la versión de más de 2 horas y las repercusiones de la película en Indonesia.

2 comentarios:

  1. El otro día pensé en tu blog pero no pude entrar :) No puedo comentar, no he visto el documental pero me ha gustado leerte. Quizás hago bien en extraer lo más universal de los temas que se tratan aquí, quizás al ver la cinta sea capaz de contextualizarlo, no lo sé, haré la prueba, me has dejado intrigado, voy a plantarme esa semilla de lección a ver si germina y voy aprendiendo yo también. Un beso.

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    1. Contextualiza! es uno de los mejores documentales que he visto en los últimos años, eso si, intenso, muy muy *MUY* intenso, de ahí que mi texto sea como es, es difícil de explicar lo que te enseña y lo que te hace sentir.
      Un beso a ti también (es curioso pq llevo como un mes pensando en si valía la pena seguir escribiendo aquí, así que me alegra recibir comentarios cuando decidí que si!)

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